domingo, 29 de agosto de 2010

Obesa (del Libro de Cuentos Diez Trajes para la Muerte)


“Obesa”, me gritaban los niños en el patio de la Escuela mientras intentaba que mi trasero esponjoso cupiese en el reducido asiento del columpio, que nunca más intenté abordar, por el temor creciente de que se cortara una de las sogas que lo sostenía, y resbalara al suelo, multiplicando las burlas de aquellos que con justa razón me recordaban irónicos el volumen de mi cuerpo. “Obesa”, me insultó una compañera de secundaria, cuando me sorprendió infraganti con una fotografía del niño que le gustaba escondida en el bolsillo de mi agenda, imagen calcinada tras dejar atrás ese vergonzoso acontecimiento y unos cuantos meses oxidados en que la contemplé con devoción platónica en los recodos de mi cuarto. “Obesa”, volvió a resonar fuerte aunque solo fue en mi cabeza, cuando el hombre más guapo de la fiesta mechona chocó con mi hombro, y omitió la colisión sin siquiera dirigirme una disculpa, una sonrisa, una mueca de desprecio.

Un adjetivo era yo para el mundo, un simple apelativo que arrastraba consigo a todos los años comprendidos entre mi infancia, adolescencia y a esta juventud espinilla, que me enluta la cara con acné, como si no tuviera suficiente con la cruz que carga mi envoltura fofa.

Alguien se burla de mí detrás del espejo, y estoy harta de tener que soportar a este adminículo que mi madre se obsesiona con ubicar en distintos recovecos de la casa, en el living para que extienda el espacio, al final de las escaleras para dar una sensación de profundidad de campo, en el baño, en los ángulos convexos del walking closet.

Me miro y solo encuentro grasa consumiendo mis facciones, grasa nívea tras los fuelles de mis caderas, grasa elástica columpiándose en mi antebrazo, grasa porosa salpicando de celulitis mis muslos, grasa blanda hundiéndose como un barco abollado en el mar de mi estómago, grasa laxa ocultando mis partes íntimas y detestablemente virginales.

Aunque mi hermano me pregunte irónico si me pasa algo que estoy tan flaca, aunque mi madre me ordene que “no puedo adelgazar más”, mientras llena de comida la bandeja que día a día deja en la falda de mi cama y que luego yo desgajo por el excusado, aunque mi única amiga llore a mi lado suplicándome que “coma algo”, que me voy a morir –como si no supiera que yo que nadie muere de gordura- aunque la propia pesa parece haberse descompuesto al indicarme un peso que evidentemente excedo con creces, tengo una certeza paria que me indica que este año a dieta no ha surtido efecto alguno frente al espejo.

Llevo meses sin comer frituras, azúcar y pastas; ya casi he olvidado hace cuanto no me echo un pan a la boca; de carne roja, ni pensarlo; si hasta el agua mineral la eliminé de mi dieta para que el gas no exceda el volumen de mi esófago, y aún así, parece que nada de lo que haga me hará ver mejor.

Parece que estoy condenada a cargar con esta figura, y de verdad me duele, como me dolieron las risas de los niños gritándome “obesa” cuando traté de subirme al balancín, como dolió el “muévete de ahí guatona” que me abofeteó en la cara cuando un tipo me empujaba para ganar un asiento en la micro, o el “mira la gorda como se engulle el helado”, que musitaron esas flacas en la mesa del frente en la pastelería.

Un dolor interrumpe mi calvario y se instala en mi vientre; primero cayo, pero luego punza, espolea, y decido llamar a mamá para que venga en mi ayuda. Nadie me escucha, el apretón en el abdomen se hace más intenso, fustiga como un roedor escarbando la madera; caigo al suelo, el dolor se extiende a las paredes abdominales, me abrazo, grito más fuerte rogando que alguien me escuche. Desde el suelo, entre espasmos, el espejo me entrega la imagen de una mujer en los huesos; presiento que me voy a desmayar, la vista se me nubla y lo último que logro divisar son los pies de mi madre que corren a mi lado.

Abro con dificultad los ojos, el suero ingresa por mis venas, una mariposa de acero se posa en mi brazo izquierdo y un monitor ronronea rutinario a mis espaldas. Los cierro. Lo último que escucho es al médico consolando a mi madre.

1 comentario:

  1. En general me gusto bastante el relato, muy hábil con las palabras y en ponerte en los zapatos de tu personaje lo cual al leer genera mas empatia del lector con la ficcion. Ademas escribes de forma entretenida, no da lata continuar leyendo.
    Te recomiendo revisar el DSM IV para que veas la sintomatologia que caracteriza a los trastornos del comportamiento de alimentacion, de modo que enriquezca el relato y proporcione verasidad a la ficción.
    si quieres te puedo pasar el DSM IV para que lo veas, ademas te puede servir para otras historias.
    Gracias por invitarme a tu blog.

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